Tumbada sobre una mesa de madera, de
ésas para el despiece, una muchacha de unos trece años se debatía
en espasmos agónicos. Era blanca de piel, blonda de pelo y de
gráciles formas en esbozo. Toda ella se agitaba igual que el
vendaval, como si la habitaran por dentro los demonios. A pesar de
estar sujeta por varios familiares daba grandes manotazos y recios
patadones al aire. Su rostro se contraía en una mueca infausta que
traducía la imposibilidad de respirar, como si una garra invisible
lo im-pidiese trincándole el gaznate. (…)Después, todo se sucedió
en segundos: antes de salir el último curioso ya había palpado con
mi dedo la semilla del fruto enclavada en su garganta. Lo estaba
tanto, que el rápido intento de desencajarla fue baldío. La niña,
cianótica, trémula, se debatía entre la vida y la muerte dando sus
últimas boqueadas inútiles, decrecientes, de merluza de altura al
sol sobre un banasto. Sin dudar, centré la barbilla de manera que
enfrentara el yugulo esternal, extendí fuertemente el cuello y hundí
el escalpelo en su piel por debajo de la nuez, profundizando hasta la
tráquea. Despreciando la sangre que brotaba de la herida, metí en
ella dos dedos y los separé. Se escuchó una gran sibilancia: el
sonido de un fuelle de fragua al ser pisado para avivar el fuego, la
furia del aire al resoplido del delfín. Sentí lo mismo que una
brisa benéfica corriendo entre mis dedos, vida en forma de aliento
inhalado con avidez por la chiquilla que revivió en tan sólo un
instante. La muchacha, con ansiosos movimientos de su pecho, aspiraba
por la tráquea hendida cada vez con más ímpetu, intentó
resarcirse del tiempo que durara su ahogo y compensar así la falta
del espíritu vital que coloniza el aire. El color no a sus mejillas
como el azul al cielo tras la lluvia y at mucho los ojos. Sus padres
no daban crédito a lo que iban viendo: se miraban llorosos, se
mordían los puños santiguaban. Para ellos, cristianos renegados, se
trataba de i resurrección o de un milagro. Ya resuelto el problema,
fue fácil: empujé con un dedo desde dentro, desencajé el hueso que
había provocado el incidente y lo saqué por la boca entreabierta.
Lo mostré prendido entre dos dedos, en silencio como un trofeo de
guerra. Ahora la pequeña respiraba por boca y por nariz sin el menor
problema. (…)La herida no sangraba lo esperable. En sus labios
sanguinolentos, de manera simétrica, babeaban dos conductos
vasculares de pequeña entidad. No lo hacían a impulsos, como la
sangre que brota de una arteria, sino de forma perezosa igual que el
manantial a punto de agostarse. Eran sin discusión pequeñas vénulas
de sangre negruzca, densa e impura.
—Enciende el mechero y pon a calentar
la punta de un punzón —le pedí.
Actué con rapidez desde que vi que el
acero estaba al rojo blanco. Enjugué la herida con un paño,
identifiqué los puntos sangrantes y, tomando el punzón por el
mango, los cautericé. Luego monté en una aguja de acero curvilíneo
un hilo de seda y di un punto a la tráquea. El conducto que lle-va
el aire a los pulmones se mostraba blanquecino al fondo de la lesión,
recordaba a la espina opalescente y cartilaginosa de los calamares.
La niña respiraba normalmente y estaba casi en calma, con su madre
sujetándole los brazos. (…) con la piel, suturándola con puntos
separados tras dejar una mecha de gasa empapada en vinagre diluido.
La niña me miraba con sus ojos de color azulino indeciso, llenos de
pasmo, soportando el dolor, agarrada con su mano izquierda a mi
cintura. Al terminar coloqué un pequeño apósito de gasa en la
herida y empaqueté mis cosas. María, tranquila, respiraba con
pausado ritmo, asida a su madre mano con mano. (…)—María puede
levantarse y caminar si lo desea. Que no juegue en la calle pues
podrían lastimarla. Que coma normalmente. Mañana volveré para
hacerle una cura (Páginas 9 y 10).
La niña se
atragantó, por eso estaba inquieta, agitada y cianótica (color
azulado de labios, dedos ) no podía respirar por que tenía una
obstrucción de la vía aérea así que le realizo una
cricotirotomía.
La cricotirotomía
es un tratamiento de una emergencia médica que consiste en la realización de una incisión a través
de la piel y la membrana cricotiroidea para asegurar la vía aérea de un paciente durante
ciertas situaciones de emergencia, como una obstrucción de la vía
aérea por un objeto extraño o una inflamación, un paciente que no
sea capaz de respirar adecuadamente por su cuenta, o en casos de
traumatismo facial grave que impidan la inserción de un tubo
endotraqueal a través de la boca.
Tras realizar la
incisión sacó el hueso que provocó el atragantamiento, la niña ya
podía respirar. Finalmente la suturó (le cogió puntos) y le tapó
la herida.
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