De resultas de un anasarca generalizado que
se presentó en sólo nueve días, murió Hassan, mi buen padrastro. Un amanecer lo
vi cenagoso del rostro, abotagado y mustio. No se quejaba. Lo achaqué a una
mala digestión y no le di importancia. Al otro día amaneció hinchado de la
cintura abajo, signo sin duda de insuficiencia excretora renal o de
incompetencia cardiaca. Zulema dijo que llevaba durmiendo mal varias semanas,
como ahogándose en el lecho, sin poder respirar. Ordené reposo en cama con
almohadones levantándole tórax y cabeza. Prescribí un cocimiento de acelgas con
valeriana y dieta estricta. La tercera jornada pareció mejorar, pero a la
cuarta se instauró un proceso febril que al amanecer lo anegaba en un sudor
húmedo y pegajoso que empapaba las sábanas. Llamé a Ben Saprut y a Al-Qurtubí y
vinieron a verlo en consulta conjunta. Ambos torcieron el gesto al palpar el
dilatado abdomen, auscultar su corazón y ver su facies demacrada y lívida.
—Se trata de un anasarca general y no hay ninguno bueno —dijo
por ambos Al-Qurtubí—. La cavidad peritoneal se halla anegada por el líquido
ascítico, los riñones no drenan lo bastante y el edema se extiende como una
pleamar viva, del final del verano. De no evacuar el derrame enseguida la
compresión que provoca lo asfixiará.
—¿Cuál es la causa? —pregunté.
—Es difícil saberlo con seguridad —afirmó Ben Saprut—. La
más normal es el fallo cardiaco.
Al-Qurtubí sedó al paciente haciéndole ingerir una infusión
de valeriana concentrada; al poco perforó la piel del abdomen más prominente y
fina, casi transparente, con un afilado punzón. Lo ejecutó con decisión y
sangre fría, haciendo caso omiso de sus quejas. Aun así, Hassan se portó como
un hombre, mordiendo el paño que le daba mi madre, siempre a la cabecera de su
lecho. Ella enjugaba también el sudor que Feriaba su rostro y aplicaba sobre la
frente compresas empapadas en agua fría. Con maestría, Al-Qurtubí sacó el
punzón y en su lugar dejó un junco grueso y hueco. Por el caño surgió un chorro
de líquido ambarino, denso y caliente, que enseguida llenó una palangana.
Cuando se había obtenido aproximadamente medio azumbre el cirujano detuvo la
extracción.
—No es bueno evacuar todo el líquido —sostuvo—. Una
evacuación excesiva o demasiado rápida puede empeorar el caso e incluso
acelerar la muerte. Mañana seguiremos.
Obstruyó el junco con gasa y lo amarró con un sedal mientras
Ben Saprut sacaba varias sanguijuelas de un frasco de cristal y las colocaba en
los flancos del sufrido paciente. Antes de despedirse hablaron en voz baja
conmigo y con mi madre (…)
—El pronóstico es malo dijo Al-Qurtubí—. El pulso en su
canal de la muñeca es débil y ello es signo ominoso. Soy enemigo de augurios
buenos o malos, que en medicina además suelen fallar, pero no le doy muchos
días de vida.
Tristemente, se cumplió la previsión de los galenos y al día
noveno Hassan amaneció muerto en su cama. Murió sin agonía ni sufrimiento (página 62).
Anasarca es un término médico que describe una forma de edema o acumulación de líquidos masiva y generalizada en todo el
cuerpo. Según cuentan parece que debido a una insuficiencia cardíaca: el
corazón no bombea con suficiente fuerza
y se acumula líquido en los pulmones (por eso se asfixia) y la persona acaba hinchada
reteniendo líquido en todo el espacio extravascular (es decir, fuera del sistema
circulatorio).
Las
medidas generales de tratamiento son:
- Reposo en cama con elevación de las extremidades
- Tomar dieta con poca sal que evite la acumulación de agua.
- Utilizar tratamiento diurético para eliminar el líquido retenido.
- Utilizar medias elásticas para ayudar a movilizar los edemas y aumentar el retorno venoso.
- En ocasiones es necesario instaurar tratamiento específico como la extracción de líquido desde la cavidad peritoneal, aportar las proteínas que faltan, etc.
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