jueves, 27 de marzo de 2014

Absceso ano rectal.


Ante mis ojos apareció un grueso divieso perineal, junto al rafe medio. Contemplé su cráter verdoso del contenido purulento, las laderas levantadas, rojizas, y la base dura e inflamada. Estaba ya maduro para la dilatación. Cesé en mi acción y ordené al califa que se incorporara.
—Padeces un molesto divieso en salva sea la parte, mi señor. Es precisamente el cabalgar lo que lo ha provocado.
—No me lo digas —dijo, torciendo el gesto—. Hace unos años padecí un flemón en parecido lugar y no quiero acordarme del sufrimiento que me dio, ni del inepto cirujano-barbero que lo abrió, que Alá confunda. Vi las estrellas de ambos hemisferios y la luna en sus fases completas.—Si colaboras no sufrirás el menor daño —afirmé.
—No te creo. Me temo que habré de padecer...
—No lo harás, señor —aseguré—. Necesito un diván donde puedas tumbarte y alguien que nos ayude a separar: tus nalgas.
—Naira servirá para eso —dijo con la vista nublada.
Tras llamar a la enfermera ocasional, fuimos a un saloncito anejo donde había una otomana grande. Naira colocó un paño sobre ella y el califa se tumbó boca abajo mientras yo cargaba de anestésico la esponja. Cuando estuvo dispuesta, la coloqué en sus manos y ordené que respirara profundamente a través de ella.
—Se trata de un producto de olor desagradable pero que tiene efectos anestésicos —le informé—. Sentirás alguna molestia soportable, mi señor. Todo será muy rápido.
Tras docena y media de inhalaciones, calculé que el narcótico hada su efecto y ordené a Naira que separara ambos glúteos con sus manos antes de dar un profundo y decidido tajo con el escalpelo sobre el cráter abombado y caliente. Abderrahmán lanzó un débil quejido mientras un chorro maloliente de sangre y pus trabada erupcionaba por el orificio lo mismo que lava de un volcán. Dilaté con la pinza de forma que no quedara magma putrefacto en lo profundo, introduje en la herida la punta de una gasa empapada en vinagre diluido y coloqué un apósito que fijé con venda. El califa volvía a la realidad, como después de un sueño.
—¿Ya está? —preguntó con los ojos en blanco.
—Siento haberte dañado, señor. Pero fue necesario: todo ese pus infecto criabas dentro de ti —afirmé, señalando el paño bañado en pus sanguinolento.
—Tan sólo noté un leve y lejano dolor cuando cortaste —aseguró—. Ahora puedo moverme sin molestias. ¡Apenas siento nada!
Durante una semana hice las curas. El truco en un absceso abierto es diferir la primera cuarenta y ocho horas, como mejor forma de ablandar los tejidos y no causar dolor o un dolor mínimo. De aquella forma obré. A los ocho días, la zona, indolora, presentaba un aspecto casi normal, con buen color y restos de la incisión que cicatrizaba sin problemas. Dije al califa que ya podía reanudar sus baños (Página 72).

Aquí habla de un absceso ano rectal.
Comenta la infección, que lo abre, lo limpia y deja una gasa para que no cierre por segunda intención y lo sigue curando todos los días
Actualmente se hace igual aunque se utilizan productos como el suero fisiológico, cremas antibióticas y no vinagre como usaban ellos

Cataratas.


Previamente, para procurarle cierto sosiego, se le administraba una pócima que contenía belladona y jugo hervido de adormidera.
Parte esencial del acto quirúrgico era el instrumental, la mayoría diseñado por él y fabricado en Toledo, en una fundición de toda su confianza. Era de acero y bronce. Acero en las finas cuchillas, hojas de los escalpelos y punta de las pinzas y tijeras, y bronce en los mangos. Antes de la intervención se hervía el material y él y su ayudante se lavaban las manos. Tuve en las mías aquellos instrumentos y en verdad que eran finos y delicados, una obra de arte propia de orfebres. Manejaba seis juegos de escalpelos, de cuchillas distintas en grosor y largura. Las hojas eran finas como un cabello de mujer y más afiladas que la mejor gumía. Eran largas, alguna hasta de dedo y medio, pero extraordinariamente estrechas. Puestas de perfil, no se veían. En cuanto a las pinzas, eran de punta tan afilada y angosta como el pelo de una gamba. Parte esencial de sus instrumentos era una lupa, lente de aumento fácil de conseguir en cualquier óptico. Describiré una de las intervenciones, pues todas fueron cortadas por el mismo patrón. La efectuó en una mujer de cuarenta y nueve años, afectada de catarata bilateral que le impedía la visión por completo.
Con la paciente sentada en la posición descrita, IbnSafi se lavó las manos con gran calma mientras hablaba con la mujer. Su ayudante ya lo había hecho y hervía en un recipiente de cobre el material seleccionado previamente. La voz del cirujano era tan persuasiva y cálida que, por sí misma, para mí que hacía más efecto en la enferma que la adormidera. Tras secarse las manos con un paño limpio se acercó a la mujer por un costado. Su ayudante mantenía el ojo abierto sujetando los párpados. Debió de precisar más luz pues ordenó al auxiliar que aproximara una de las lámparas. El ojo se ofrecía desde mi perspectiva —me encontraba tras la nuca del profesor— como un mediano globo vítreo visto de perfil.
—Lente de aumento —dijo IbnSafi, dirigiéndose al auxiliar, que aproximó la lupa y la puso delante de su vista.
—Acerca un poco más —ordenó, y el asistente no se hizo de rogar.
—Escalpelo —anunció con idéntico acento. El ayudante se dio por aludido y se lo entregó del recipiente cúprico con la otra mano.
Entonces, sin dudar, con rara maestría, incidió en la línea que separa el cristalino de la túnica alba, de manera sutil, extraordinariamente delicada, con pulso propio del que talla diamantes. He de reconocer que la primera vez no conseguí ver nada. Él, sin embargo, debía verlo muy claro pues, sin in-mutarse, dijo:
—Pinza del número cinco.
El ayudante se la alargó. IbnSafi ladeó un poco el cuello, ordenó ajustar nuevamente la lente y, de forma taumatúrgica, introdujo la finísima punta de la pinza por la hendidura invisible y, a la primera, sacó con rara habilidad la tela opaca que averiaba la vista de la enferma. Luego, de forma victoriosa, me la mostró. Era tan deleznable como la capa que envuelve a la avellana ya sin cascara. El ojo no sangraba y la paciente no había emitido en todo el tiempo ni una triste queja. Repitió en el otro ojo idénticas maniobras hasta dar por concluida la intervención.
—Gasa —pidió entonces.
Con las que aportó el asistente preparó un vendaje oclusivo de ambos ojos, lo colocó presionando levemente y lo sujetó con una venda que rodeaba la cabeza. (…)

-Que haga vida normal menos salir de casa. Tráemela dentro de una semana para quitarle el vendaje (Página 50).

Hablan de una intervención quirúrgica de cataratas en aquellos tiempos.
Es una cirugía para retirar un cristalino opaco (catarata) del ojo.
El cristalino normal del ojo es transparente (claro). A medida que se desarrolla una catarata, el cristalino se torna opaco y bloquea la entrada de luz al ojo
Las cataratas se eliminan para ayudar a ver mejor. El procedimiento casi siempre incluye la colocación de un cristalino artificial o lente intraocular (LIO) en el ojo.
1-Equivalente a la anestesia y analgesia actual: se le daba al paciente un brebajo con belladona (analgesiaba, es decir, le disminuía el dolor) y de adormidera que es la planta del opio (o sea drogas )
ahora se suministra anestesia local y también un sedante para relajarte.
2-Habla del material para operar: pinzas, tijeras y escalpelo (o sea bisturí ) y de una lupa para guiarse.
Ahora hay muchos de avances que permiten ver la zona ampliada, se usa un microscopio.
3-Habla de que esterilizaban el material hirviéndolo y se preparaban los cirujanos lavándose antes de la intervención.
Estaban el cirujano y el ayudante.
Ahora el material se esteriliza en autoclave después de cada intervención y  todo el personal que interviene en la operación (cirujano y enfermero instrumentista) se hace un lavado quirúrgico de manos y se colocan guantes estériles para evitar infecciones.
4-La intervención:
La finalidad era la misma y el abordaje era igual:
Se hace una incisión pequeña en el ojo.
Extraer el cristalino
Ahora para extraerlo hay diversos métodos:
  • Facoemulsificación. Con este procedimiento, el médico usa un instrumento que produce ondas sonoras para romper la catarata en pequeños fragmentos, los cuales luego se extraen por medio de succión. Este procedimiento utiliza una incisión muy pequeña. 
  • Extracción extracapsular. El médico usa un pequeño instrumento para extraer la catarata casi siempre en una sola pieza.
  • Cirugía láser. El médico usa una máquina que utiliza energía láser para hacer las incisiones y ablandar la catarata, la cual se extrae luego generalmente por succión. El uso del láser en lugar de un bisturí (escalpelo) puede acelerar la recuperación y ser más preciso.

En la actualidad después de que se extrae la catarata, generalmente se coloca un cristalino artificial, llamado lente intraocular (LIO), que ayuda a mejorar la visión
5-Dice que haga una vida normal.
Ahora es igual, es una cirugía ambulatoria, te lo hacen y en unas horas estas en casa
Una diferencia considerable: ahora se mandan antibióticos para evitar infecciones y una serie de colirios (gotas ) en los días siguientes a la intervención.

Cricotirotomía.

Tumbada sobre una mesa de madera, de ésas para el despiece, una muchacha de unos trece años se debatía en espasmos agónicos. Era blanca de piel, blonda de pelo y de gráciles formas en esbozo. Toda ella se agitaba igual que el vendaval, como si la habitaran por dentro los demonios. A pesar de estar sujeta por varios familiares daba grandes manotazos y recios patadones al aire. Su rostro se contraía en una mueca infausta que traducía la imposibilidad de respirar, como si una garra invisible lo im-pidiese trincándole el gaznate. (…)Después, todo se sucedió en segundos: antes de salir el último curioso ya había palpado con mi dedo la semilla del fruto enclavada en su garganta. Lo estaba tanto, que el rápido intento de desencajarla fue baldío. La niña, cianótica, trémula, se debatía entre la vida y la muerte dando sus últimas boqueadas inútiles, decrecientes, de merluza de altura al sol sobre un banasto. Sin dudar, centré la barbilla de manera que enfrentara el yugulo esternal, extendí fuertemente el cuello y hundí el escalpelo en su piel por debajo de la nuez, profundizando hasta la tráquea. Despreciando la sangre que brotaba de la herida, metí en ella dos dedos y los separé. Se escuchó una gran sibilancia: el sonido de un fuelle de fragua al ser pisado para avivar el fuego, la furia del aire al resoplido del delfín. Sentí lo mismo que una brisa benéfica corriendo entre mis dedos, vida en forma de aliento inhalado con avidez por la chiquilla que revivió en tan sólo un instante. La muchacha, con ansiosos movimientos de su pecho, aspiraba por la tráquea hendida cada vez con más ímpetu, intentó resarcirse del tiempo que durara su ahogo y compensar así la falta del espíritu vital que coloniza el aire. El color no a sus mejillas como el azul al cielo tras la lluvia y at mucho los ojos. Sus padres no daban crédito a lo que iban viendo: se miraban llorosos, se mordían los puños santiguaban. Para ellos, cristianos renegados, se trataba de i resurrección o de un milagro. Ya resuelto el problema, fue fácil: empujé con un dedo desde dentro, desencajé el hueso que había provocado el incidente y lo saqué por la boca entreabierta. Lo mostré prendido entre dos dedos, en silencio como un trofeo de guerra. Ahora la pequeña respiraba por boca y por nariz sin el menor problema. (…)La herida no sangraba lo esperable. En sus labios sanguinolentos, de manera simétrica, babeaban dos conductos vasculares de pequeña entidad. No lo hacían a impulsos, como la sangre que brota de una arteria, sino de forma perezosa igual que el manantial a punto de agostarse. Eran sin discusión pequeñas vénulas de sangre negruzca, densa e impura.
—Enciende el mechero y pon a calentar la punta de un punzón —le pedí.
Actué con rapidez desde que vi que el acero estaba al rojo blanco. Enjugué la herida con un paño, identifiqué los puntos sangrantes y, tomando el punzón por el mango, los cautericé. Luego monté en una aguja de acero curvilíneo un hilo de seda y di un punto a la tráquea. El conducto que lle-va el aire a los pulmones se mostraba blanquecino al fondo de la lesión, recordaba a la espina opalescente y cartilaginosa de los calamares. La niña respiraba normalmente y estaba casi en calma, con su madre sujetándole los brazos. (…) con la piel, suturándola con puntos separados tras dejar una mecha de gasa empapada en vinagre diluido. La niña me miraba con sus ojos de color azulino indeciso, llenos de pasmo, soportando el dolor, agarrada con su mano izquierda a mi cintura. Al terminar coloqué un pequeño apósito de gasa en la herida y empaqueté mis cosas. María, tranquila, respiraba con pausado ritmo, asida a su madre mano con mano. (…)—María puede levantarse y caminar si lo desea. Que no juegue en la calle pues podrían lastimarla. Que coma normalmente. Mañana volveré para hacerle una cura (Páginas 9 y 10).

La niña se atragantó, por eso estaba inquieta, agitada y cianótica (color azulado de labios, dedos ) no podía respirar por que tenía una obstrucción de la vía aérea así que le realizo una cricotirotomía.
La cricotirotomía es un tratamiento de una emergencia médica que consiste en la realización de una incisión a través de la piel y la membrana cricotiroidea para asegurar la vía aérea de un paciente durante ciertas situaciones de emergencia, como una obstrucción de la vía aérea por un objeto extraño o una inflamación, un paciente que no sea capaz de respirar adecuadamente por su cuenta, o en casos de traumatismo facial grave que impidan la inserción de un tubo endotraqueal a través de la boca.
Tras realizar la incisión sacó el hueso que provocó el atragantamiento, la niña ya podía respirar. Finalmente la suturó (le cogió puntos) y le tapó la herida.
Actualmente también se realiza esta técnica:se realiza una incisión y se coloca un sistema estéril que viene previamente preparado para colocarlo.

sábado, 22 de marzo de 2014

Anasarca.

 De resultas de un anasarca generalizado que se presentó en sólo nueve días, murió Hassan, mi buen padrastro. Un amanecer lo vi cenagoso del rostro, abotagado y mustio. No se quejaba. Lo achaqué a una mala digestión y no le di importancia. Al otro día amaneció hinchado de la cintura abajo, signo sin duda de insuficiencia excretora renal o de incompetencia cardiaca. Zulema dijo que llevaba durmiendo mal varias semanas, como ahogándose en el lecho, sin poder respirar. Ordené reposo en cama con almohadones levantándole tórax y cabeza. Prescribí un cocimiento de acelgas con valeriana y dieta estricta. La tercera jornada pareció mejorar, pero a la cuarta se instauró un proceso febril que al amanecer lo anegaba en un sudor húmedo y pegajoso que empapaba las sábanas. Llamé a Ben Saprut y a Al-Qurtubí y vinieron a verlo en consulta conjunta. Ambos torcieron el gesto al palpar el dilatado abdomen, auscultar su corazón y ver su facies demacrada y lívida.
—Se trata de un anasarca general y no hay ninguno bueno —dijo por ambos Al-Qurtubí—. La cavidad peritoneal se halla anegada por el líquido ascítico, los riñones no drenan lo bastante y el edema se extiende como una pleamar viva, del final del verano. De no evacuar el derrame enseguida la compresión que provoca lo asfixiará.
—¿Cuál es la causa? —pregunté.
—Es difícil saberlo con seguridad —afirmó Ben Saprut—. La más normal es el fallo cardiaco.
Al-Qurtubí sedó al paciente haciéndole ingerir una infusión de valeriana concentrada; al poco perforó la piel del abdomen más prominente y fina, casi transparente, con un afilado punzón. Lo ejecutó con decisión y sangre fría, haciendo caso omiso de sus quejas. Aun así, Hassan se portó como un hombre, mordiendo el paño que le daba mi madre, siempre a la cabecera de su lecho. Ella enjugaba también el sudor que Feriaba su rostro y aplicaba sobre la frente compresas empapadas en agua fría. Con maestría, Al-Qurtubí sacó el punzón y en su lugar dejó un junco grueso y hueco. Por el caño surgió un chorro de líquido ambarino, denso y caliente, que enseguida llenó una palangana. Cuando se había obtenido aproximadamente medio azumbre el cirujano detuvo la extracción.
—No es bueno evacuar todo el líquido —sostuvo—. Una evacuación excesiva o demasiado rápida puede empeorar el caso e incluso acelerar la muerte. Mañana seguiremos.
Obstruyó el junco con gasa y lo amarró con un sedal mientras Ben Saprut sacaba varias sanguijuelas de un frasco de cristal y las colocaba en los flancos del sufrido paciente. Antes de despedirse hablaron en voz baja conmigo y con mi madre (…)
—El pronóstico es malo dijo Al-Qurtubí—. El pulso en su canal de la muñeca es débil y ello es signo ominoso. Soy enemigo de augurios buenos o malos, que en medicina además suelen fallar, pero no le doy muchos días de vida.
Tristemente, se cumplió la previsión de los galenos y al día noveno Hassan amaneció muerto en su cama. Murió sin agonía ni sufrimiento (página 62).


Anasarca es un término médico que describe una forma de edema o acumulación de líquidos masiva y generalizada en todo el cuerpo. Según cuentan parece que debido a una insuficiencia cardíaca: el corazón  no bombea con suficiente fuerza y se acumula líquido en los pulmones (por eso se asfixia) y la persona acaba hinchada reteniendo líquido en todo el espacio extravascular (es decir, fuera del sistema circulatorio).
Las medidas generales de tratamiento son: 
  • Reposo en cama con elevación de las extremidades
  • Tomar dieta con poca sal que evite la acumulación de agua.
  • Utilizar tratamiento diurético para eliminar el líquido retenido.
  • Utilizar medias elásticas para ayudar a movilizar los edemas y aumentar el retorno venoso.
  • En ocasiones es necesario instaurar tratamiento específico como la extracción de líquido desde la cavidad peritoneal, aportar las proteínas que faltan, etc.

Plétora

Recuerdo que, pendiente de un enfermo que padecía de plétora, tras sangrarlo dos veces, apenas pude dormir aquella noche (página 7).

La policitemia, también conocida como plétora o eritrocitosis, es un trastorno en el cual aumenta el hematocrito, es decir, la proporción de glóbulos rojos por volumen sanguíneo, debido a un aumento del número de eritrocitos o a una disminución del plasma sanguíneo (policitemia absoluta o relativa, respectivamente). Es el opuesto de la anemia, que ocurre cuando hay escasez de glóbulos rojos en la circulación sanguínea.
Por eso habla de sangrarlo, es extraerle sangre para que vuelva a tener una cifra normal de glóbulos rojos (hematocrito) ahora se sigue haciendo aunque con método más refinado.

La circuncisión.

Poco recuerdo de mi primera infancia y nada de mi circuncisión, importante momento en la vida de un árabe, comparable al bautismo cristiano. Lo que sí afirmo es que fue un carnicero quien me cortó el prepucio. En mi larga actividad quirúrgica, va para cincuenta años, jamás vi chapuza semejante. En lugar de hacerme un corte regular y parejo, simétrico, aquel facineroso se ensañó conmigo dejándome una cicatriz oblicua, festoneada y deslucida, que ni siquiera mostraba la majestad bermeja del glande cuando la hubo. Como compensación me quedó un verdugón en cada punto de sutura, una especie de nudo basto y grueso que debía gustar a mis amantes —por lo del roce— y siempre motivó sensación en mis ya fenecidos días de gloria (página 50).

La circuncisión consiste en cortar una porción del prepucio del pene que cubre el glande dejándolo al descubierto. Puede hacerse por dos razones:
-MÉDICAS: tratamiento de la fimosis, aunque a veces no precisa de operación y se soluciona.
-RELIGIOSAS O CULTURALES: la circuncisión se practica en todo el mundo islámico (casi un 70% de los hombres circuncidados son árabes). Según Hernández 2004, la circuncisión se practicaba en el mundo islámico y se practica debido a que es un precepto en dicha religión; también se practica por higiene y belleza.
Hoy en día sería una operación de fimosis.