—¡A un camellero lo ha mordido una víbora!
Fui a la carrera seguido por Carmen. Tendido en una manta,
sobre la arena, un árabe cetrino de color, enjuto, con la barba afilada,
reflejaba en sus ojos muy abiertos terror más que dolor. Un compañero le secaba
la frente del sudor con un paño negruzco. A media vara, sobre el suelo
pedregoso, yacía muerta una gran víbora cornuda, habitante normal de los
desiertos.
— ¿Cómo ocurrió? —pregunté.
—No vio a la serpiente y la pisó —dijo uno.
— ¿Dónde fue la mordida?
El herido la mostró alzándose la túnica: dos simétricas
muescas, como señas de alfileres violáceos, marcaban la pantorrilla a media
pierna. No sangraban.
— ¡Rápido! —ordené—. ¡Quitadle la chilaba, haced un fuego y
poned agua a calentar!
Me aproximé al yaciente, coloqué un torniquete en la raíz
del muslo usando una sábana, le cogí el miembro herido y, aplicando la boca,
succioné con fuerza en los orificios tratando de aspirar todo el veneno posible
que quedara en la herida. Tras escupir, de un veloz tajo, abrí la piel entre
las muescas con la gumía que saqué del cinto ocasionando una gran hemorragia.
El camellero apretó los dientes pero no se quejó. Todos quedamos expectantes.
Al cabo de unos minutos pareció adormilarse. El veneno que había logrado pasar
al torrente sanguíneo hacía su efecto. Al poco se aceleró su latido cardiaco en
la canal del pulso. Tardó en reaccionar quince minutos. Lentamente se fue
despejando, abrió los ojos y sonrió. Dejé que sangrara libremente y al menguar
la hemorragia lavé la herida con agua caliente y la vendé dejándola abierta,
sin dar puntos. Le tomé el pulso: era firme y de normal cadencia. A la media
hora se levantó y, por su pie, regresó a su camello para seguir faenando. Se me
aproximó el jefe de la expedición, un obeso persa de bigote atigrado, gran
papada de buey y ojos tan verdes como la malaquita.
—Gracias, hakim. Hace tres caravanas enterramos al último
afecto de mordedura de víbora.
—La víbora cornuda es muy venenosa —aseguré—. Su
mordedura suele ser mortal, a no ser que se actúe con decisión y rapidez (Pagina 178).
Se trata de una mordedura de víbora, cuyo veneno es mortal.
Actualmente en las regiones donde
existen estas serpientes, determinados centros sanitarios disponen de
antídotos, pero la técnica de torniquete para evitar que el veneno avance y el
corte para que sangre podrían aplicarse.
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