—Tengo un mal que me incomoda desde hace algunos días y que
va a más.
Le pedí que me mostrara la parte afecta. Se alzó la túnica y
descubrió en una de sus ingles una masa enrojecida, levantada, del tamaño de un
huevo de paloma. La piel que lo cubría, distendida y brillante, no era muy
dolorosa a la palpación. Era blanda, pastosa, fluctuando ya, esperando el
momento de que hablara el escalpelo.
—Padeces una buba venérea, señor.
— ¿Venérea?
—En el Oriente se denomina desde épocas remotas «mal de
mujer», pues se piensa que son ellas las que lo transmiten con la fornicación.
(…)
—-¿Qué harás?
—Relájate, señor. Debo dilatar el absceso, pero no sentirás
dolor en absoluto.
— ¿Estás seguro?
—Como que ahora es de día.
—Adelante pues.
Ordené que se tumbara en un diván mientras preparaba el
escalpelo e impregnaba con una buena carga la esponja. Vino una esclava que iba
a hacer las veces de ayudante. Era un caso sencillo, de esos que ni siquiera
requieren anestesia. Los bubones venéreos apenas la precisan. Inhaló el
anestésico que mantenía la esclava ante sus napias y dejé que pasaran varios
minutos. Sólo cuando dormía plácidamente practiqué la incisión. Evacué gran
cantidad de pus amarillento y dejé una mecha de gasa para que drenara y no
cerrara en falso. Puse un vendaje a manera de ángulo. Me lavé las manos en una
palangana que, con agua jabonosa caliente, ordené dispusiese la esclava. Cuando
despertó hube de convencerle de que estaba operado.
—No puede ser... —dijo—. Fue tal como dijiste. No sentí
nada.
—Deberé curarte pasado mañana y en días sucesivos,
señor (Página 141).
Se trata de sífilis, una enfermedad de transmisión sexual.
Actualmente hay menos casos que en la antigüedad
pero siguen existiendo por prácticas sexuales de riesgo.
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