domingo, 6 de abril de 2014

Sífilis.

—Tengo un mal que me incomoda desde hace algunos días y que va a más.
Le pedí que me mostrara la parte afecta. Se alzó la túnica y descubrió en una de sus ingles una masa enrojecida, levantada, del tamaño de un huevo de paloma. La piel que lo cubría, distendida y brillante, no era muy dolorosa a la palpación. Era blanda, pastosa, fluctuando ya, esperando el momento de que hablara el escalpelo.
—Padeces una buba venérea, señor.
— ¿Venérea?
—En el Oriente se denomina desde épocas remotas «mal de mujer», pues se piensa que son ellas las que lo transmiten con la fornicación. (…)
—-¿Qué harás?
—Relájate, señor. Debo dilatar el absceso, pero no sentirás dolor en absoluto.
— ¿Estás seguro?
—Como que ahora es de día.
—Adelante pues.
Ordené que se tumbara en un diván mientras preparaba el escalpelo e impregnaba con una buena carga la esponja. Vino una esclava que iba a hacer las veces de ayudante. Era un caso sencillo, de esos que ni siquiera requieren anestesia. Los bubones venéreos apenas la precisan. Inhaló el anestésico que mantenía la esclava ante sus napias y dejé que pasaran varios minutos. Sólo cuando dormía plácidamente practiqué la incisión. Evacué gran cantidad de pus amarillento y dejé una mecha de gasa para que drenara y no cerrara en falso. Puse un vendaje a manera de ángulo. Me lavé las manos en una palangana que, con agua jabonosa caliente, ordené dispusiese la esclava. Cuando despertó hube de convencerle de que estaba operado.
—No puede ser... —dijo—. Fue tal como dijiste. No sentí nada.
—Deberé curarte pasado mañana y en días sucesivos, señor (Página 141).

Se trata de sífilis, una enfermedad de transmisión sexual.
Actualmente hay menos casos que en la antigüedad pero siguen existiendo por prácticas sexuales de riesgo.

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