domingo, 6 de abril de 2014

Fractura y amputación.

Conti, que se alojó en mi casa, estuvo magistral operando a un obrero. Con ayuda de mi esponja soporífera, cuya fórmula conocía desde mi estancia en Nápoles, corrigió un fallo herniario sin apenas quejas del paciente. Sus manos habían ganado agilidad y se movían por el campo quirúrgico como culebras en su nido. Samuel Pérez, el hebreo valenciano, tras adormecer al accidentado con mi anestésico, alineó una fractura de tibia, el hueso de la pierna, traccionando fuertemente del tobillo con un dispositivo de cuero a manera de cincha. Un ayudante estiraba la pierna mientras él manipulaba con sus manos. Una vez los fragmentos óseos en su sitio, los mantuvo con un rígido apósito de madera de fresno, sin acolchar, íntimamente adherido a la piel con vendaje. Lo peor de su técnica fueron los berridos del paciente, menores con mi anestésico que con el aquaardens que él solía emplear. Benito Itoiz se lució en una amputación de muslo, tras acortar el extremo del fémur seccionado y limarlo. Suturó la piel de forma que el colgajo posterior, más largo, protegiera el muñón. También aquí se escucharon poderosos bramidos. En cuanto a mí, operé un par de cataratas (Página 136).

Se trata de una fractura tibial con desplazamiento de fragmentos óseos que ellos realizando tracción los consiguen alinear.
El segundo caso hablan de una amputación y realización de muñón posterior.

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