domingo, 6 de abril de 2014

Toracocentesis.

El califa me dio mala impresión nada más ver su cara demacrada y los ojos hundidos en sus órbitas. Perecía un anciano a sus cuarenta y cinco años. No había testigos presenciales del presunto accidente. El visir informó al pueblo, a través de los imanes, del que Al-Hakán II había recibido casualmente un flechazo perdido, algo que ocurre en toda cacería. Reconocí al califa en presencia de Al-Qurtubí y de otros médicos. Ardía en fiebre, tenía escalofríos y respiraba con dificultad. Nadie se había atrevido a desbridar la lesión: simplemente habían extraído la punta de la flecha provocando grandes molestias al paciente, que me llamaba a gritos. En el tórax, sobre la base del pulmón derecho, se veía la herida tumefacta, violácea. Procedí de inmediato, lavándola con agua jabonosa. Adormecí al califa con la esponja y sondé la lesión: la sonda metálica penetraba sin hallar resistencia, lo que traducía la afectación del pulmón que, herido por el dardo, se retraía colapsado, vacía de pneuma. Al retirar la sonda salió un chorretón de pus amarillo verdoso, denso, de olor fétido. Era evidente que la supuración no drenaba de manera adecuada por el estrecho orificio, por lo que, de acuerdo con Al-Qurtubí, lo desbridé ampliamente obviando las quejas en sordina del enfermo. Es claro que mi esponja soporífera no es todo lo efectiva que debiera, pero es más que nada. Tras ampliar la herida, el pus fluyó más fácilmente, sobre todo cuando ordené que ladearan al paciente para que lo hiciera por su peso. Por fin lavé la cavidad pleural, coloqué una mecha empapada en vinagre rebajado y adoctriné a los enfermeros para que el califa descansara sobre el costado donde estaba la lesión, de forma que fluyera la supuración, facilitada por la postura.
La mejoría fue espectacular. Después de la tercera cura empezó a disminuir la fiebre y cedieron los escalofríos. La respiración era aún difícil al trabajar solamente un pulmón, pero desde que, a las dos semanas, el exudado pútrido fue menguando, el califa suspiraba mejor por momentos, lo que indicaba que el pulmón estaba expandiéndose. Le autoricé a levantarse. Daba pequeños paseos por el riad del brazo de sus esclavas favoritas, dos hermosas jóvenes nubias, negras como el esquisto de su tierra(Página 129).

Probablemente se trate de un derrame pleural.
El tratamiento actual es igualmente extraer ese líquido. Se  realiza una técnica llamada toracocentesis y se deja un tratamiento de antibióticos.

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