domingo, 6 de abril de 2014

Embalsamamiento.

Frente a cada taller había una piscina en la que flotaban los cuerpos de los fallecidos, dispuestos ya para macerarse. Contenían un líquido especial que no pude identificar y sobre cuya composición no me atreví a inquirir. Antes de pasar a los estanques eran trabajados de manera ritual: abrían los cadáveres por el abdomen y el tórax, los vaciaban de sus vísceras, que guardaban en urnas cinerarias numeradas para evitar confusiones, seccionaban sus venas yugulares y los colgaban de los talones con un gancho, lo mismo que una res. Inmersos en una mezcla de confusión, asombro y pánico contemplamos la larga hilera de cuerpos abiertos en canal, pálidos por lo exangüe, colgados por los pies como sacrificados por un tirano cruel. Al quedar completamente desangrados los depositaban en las piscinas durante ocho días. La apertura del cráneo era distinta. Accedían a la cavidad cefálica introduciendo un trépano por los orificios nasales, sin dañar la cubierta ósea. Ya dentro, convertían el cerebro en una pulpa que extraían aspirando con una cánula de caña de bambú. Macerados los cuerpos, las pieles adquirían calidad marmórea, blanco mate, con independencia de la raza. Eran como los cueros teñidos en una tenería: todos azules, rojos o amarillos, sin traer cuenta de que fuesen de vaca, carnero u oveja. Vaciados los cadáveres, los rellenaban con estopa de lino empapada en bálsamos distintos con arreglo al precio estipulado. Un técnico entrenado se ocupaba de rellenar los cráneos mediante un estilete. Se utilizaban aromas de mirra, narciso y nardo, los más caros. Los más pobres se conformaban con jazmín y rosa, pero eran pocos: ante la muerte había quien malvendía su casa para que sus finados viajasen cómodos y aromados hasta la eternidad. La última fase del embalsamamiento era la inyección en las venas de conservantes especiales cuyos ingredientes eran varios y ocultos. Por fin se amortajaba el cuerpo con tela nueva, encerada, cubriéndose con sucesivas capas antes de entregarlo a los deudos —junto con la urna visceral— para que se ocupasen de su inhumación en féretros no al modo islamita, abiertos, sino cubiertos por una tapa hermética (Pagina 168).

Hablan del embalsamamiento de los cadáveres que se realizaban en esta época.
Actualmente se realizan en otras culturas o en casos excepcionales.

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